It’s late, time for bed
So we sit, and I wait
For that gin and tonic
To go to your head
A Last Request (I Want Your
Sex Part 3), George Michael
Podría decirse que la ginebra es la bebida destilada más literaria que existe. Si no fuese en verdad así, al menos estaría entre las primeras. En sus artículos sobre el gin, historia y literatura, Silvina Belén se sienta a la barra de los bares de copas con reminiscencias librescas para describir furores actuales, evocar fiebres antiguas, censura, homenajes e incondicionales amores que giran en torno a un destilado seductor. Sus textos muy bien podrían tomarse como introducción a un tema que abarca cinco siglos y continúa en desarrollo.
Marcas reales, y hasta ficticias –recuérdese la Ginebra de la Victoria en 1984 de Orwell-, se han citado en prácticamente todas las especies del género narrativo. El dry-martini e infinidad de cocteles a base de gin, también, surgen como un personaje más en novelas, biografías y cuentos.
Su prosapia literaria, en el último de los renacimientos de la coctelería, volvió al primer plano con, al menos, una doble función: reforzar el enlace de las mezclas equilibradas con el mundo del arte y atemperar la imagen de frivolidad extrema que la moda del bartenderismo y de la destilación artesanal de ginebra estaba proyectando a través de los excesos mediáticos.
Tradición, historia y bellas letras siempre contribuyen a mejorar la visión de una actividad cuya nobleza podría quedar en entredicho. Cabe recordar que la ginebra, entre las espirituosas históricamente ligadas a los artistas, tuvo y tiene mejor prensa que la absenta.
Las muestras de hermandad entre escritura creativa, oralidad, viajes de ensueño, celebraciones y poesía con la ginebra se han abierto paso a través de ámbitos tan previsibles como impensados: en Sant Jordi, entre rosas, libros y butifarretas; en la autobiografía de Buñuel, en el catálogo de Riedel, en los registros de palabras inventadas* y, entre muchos otros, claro está, en bares, hoteles e inspiradas coctelerías.

En Buenos Aires, el Verne Club -bar de copas de proyección internacional como señala Silvina Belén-, que se inspira en la obra del gran anticipador, aparte de la ornamentación que alude a sus novelas –sin ir más lejos, los tentáculos del kraken presiden la barra-, juega en su carta con La vuelta al mundo en ochenta días.
Los lectores de Julio Verne saben que, no por francés, el escritor dejó de rendirle homenaje al gin, una de las indiscutidas estrellas de esta coctelería porteña: “-¡Nada por hacer! -dijo entre sí el detective disimulando su despecho-. ¿Queréis una copa de gin, señor Passepartout? / -Con mucho gusto, señor Fix. ¡Nuestro encuentro a bordo del Rangoon bien merece que bebamos!” (La vuelta al mundo en ochenta días, capítulo XVI).

La calidad de las ginebras, por su parte, también le ha dado mucho material a las leyendas urbanas y a los novelistas. Del rústico Old Tom del siglo XVIII en adelante, los sabores del gin, su elaboración legal o clandestina y sus formas de consumo estuvieron en la mira de historiadores, cronistas y literatos. Baste como ejemplo la antes citada Ginebra de la Victoria, fruto de la imaginación de Orwell para describir un gin aceitoso e inmundo con una grandilocuente marca nacida de su fantasía distópica.
Los estudiosos de la evolución de los destilados y los historiadores de la coctelería, aunque el tema parezca ya bastante indagado, siguen descubriendo perlas librescas. De manera directa o indirecta, las relaciones entre ginebras y artes no se agotan en simples inventarios de coincidencias.
Para el cierre, solo nos resta dejar al lector los enlaces a los artículos de Silvina Belén que nombramos como buena introducción [Bares de copas, Los últimos románticos y Narrativas del gin] a este universo de relaciones y, por último, un fragmento de 1984 en el que la Ginebra de la Victoria brilla con repugnancia propia.
“El Nogal estaba casi vacío. Un rayo de sol atravesaba una ventana y caía sobre las polvorientas mesas, amarillándolas. Era la solitaria hora de las tres de la tarde. Desde la tele-pantalla llegaba una música ligera. Winston, sentado en su habitual rincón, miraba su vaso vacío. De vez en cuando dirigía la vista hacia el rostro que lo miraba fijamente desde la pared de enfrente. ‘EL GRAN HERMANO TE VIGILA’, decía el cartel. Sin que él lo llamara, vino un camarero a llenarle el vaso con Ginebra de la Victoria; también echó unas cuantas gotas de una botellita que tenía un tubo que atravesaba el tapón. Era endulzante aromatizado con clavo de olor, especialidad de la casa. […] Se tomó la ginebra de un trago. Como siempre, le hizo estremecerse e, incluso, sentir algunas arcadas. El líquido era horrible. El endulzante con clavo, de suyo repugnante, no podía disimular el aceitoso sabor de la ginebra”.
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* La palabra “esmowing”, inventada por el publicista Hugo Casares en 1970 para la campaña de Bols, es un ejemplo notable.
